Ramón Conejero, un veterano doctor en Medicina Intensiva del Hospital de Sant Joan, debuta en la literatura con una singular novela, «Las estelas cántabras y el mundo invisible».
El Real Casino de Murcia acoge el próximo viernes 20 de marzo, a las 19.30 horas, la presentación de un texto a medio camino entre la novela contemporánea y el ensayo literario, fruto de muchos años de experiencias vitales, reflexiones, viajes y lecturas.
«Las estelas cántabras y el mundo invisible» es un conjunto de relatos, muchas veces inconexos, sobre el alma pero también sobre lo mundano e intrascendente, ubicado en una especie de Arcadia que para Conejero se sitúa en las altas tierras santanderinas, entre los pasiegos y sus estelas milenarias.
Editorial Tantín, Ediciones Santander.
«Las estelas cántabras y el mundo invisible»
Por Héctor Fernández Medrano, Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid.
El lector que se acerque por primera vez a ‘Las estelas cántabras y el mundo invisible’ se situará frente a una novela poco corriente, una novela contemporánea o como ha sido definida anteriormente por otros críticos, una novela posmoderna. Frente a un relato que son a la vez muchos, la mayoría inconexos, que no siguen orden cronológico alguno y que a primera vista devienen en un universo literario caótico. Y es que la literatura posmoderna, al igual que el arte, el cine o incluso la historiofrafía posmoderna, parte del supuesto de la muerte de la “gran narración” histórica, de la historia convertida en un relato exclusivo, concebido como un bloque sólido, unidireccional, con un principio, un desarrollo y un fin o meta hacia la cual se dirige. Lo posmoderno, en cambio, se construye y deconstruye a cada nuevo paso y aparentemente no sigue una dirección prefijada. No busque por lo tanto el lector una finalidad u objetivo en esta novela. Simplemente, disfrútela, saboréela. Es más, no se deje engañar a las primeras de cambio por las trampas del autor. Que Las estelas cántabras y el mundo invisible comience y acabe frente a misma ventana de una celda del penal del Dueso, es tan sólo una ilusión, un recurso literario.
Hablo de novela y no de ensayo literario, porque nos encontramos ante un texto con muchos protagonistas que son a la vez uno, su propio autor, Ramón, quien desgrana en sus páginas las reflexiones de toda una vida sobre lo tangible y lo invisible, sobre lo cotidiano y lo trascendente. Las estelas cántabras y el mundo invisible es un libro con alma que bucea hasta en lo más íntimo de cada uno en busca de nuestra propia alma, que trata de rastrear los momentos o “situaciones sublimes” que todos hemos vivido y ansiamos volver a experimentar porque son las que dan sentido a la vida, a lo mundano y terrenal, pero que al tiempo buscan una íntima unión con lo trascendente y eterno. Con el Todo.
La novela se sitúa físicamente en Cantabria, un lugar en las antípodas climáticas, sociales y culturales de Alicante. Un sitio donde el autor lleva escapando durante años del “mundanal ruido”, “qué descansada vida del que huye del mundanal ruido”, decía Fray Luis de León… un ruido situado geográficamente para el autor en el Hospital de San Juan, la playa de El Campello o el centro de Alicante. Vega de Villafufre es para el autor y protagonista, la Arcadia perdida pero aún así posible, un lugar donde pasear con Encarnita, donde conversar con los paisanos, donde contemplar “prados verdes teñidos del rojo carmín de las amapolas” y sentir que uno mismo forma parte de la naturaleza, del cosmos, de ese Todo al que Ramón llama Dios.
Pero cuando el lector comienza a acostumbrarse a los prados, las vacas y los pasiegos, se desvanece esa imagen y la novela nos teletransporta a Bruselas, a Edimburgo o a las islas del Lago Maggiore entre Italia y Suiza. Cuando comenzamos captar las evocaciones de la infancia, nos dirige directamente al otoño vital, de la Navidad nos traslada al verano, y del lunes, al martes, y de éste al miércoles y así sucesivamente hasta que nos damos cuenta de que Ramón quiere hablar del domingo, de los domingos de su infancia. Y pensamos: “me la ha vuelto a colar”. Si bien, gracias a ese viaje delirante hemos recordado nuestros propios domingos infantiles y mil un pensamientos más que atraviesan de parte a parte nuestra consciencia.
El autor lleva años zigzagueando sobre la delgada línea que separa la vida de la muerte. Como intensivista, se ha enfrentado diariamente al momento decisivo para muchos de sus pacientes. Momento que muchas veces superan y que en otras ocasiones cruzan con su última exhalación para no volver jamás. ¿Cómo no reflexionar sobre lo que hay después, tras esa puerta? Pero Ramón, al menos en esta novela, no se queda ensimismado por ese instante. Muy al contrario, bucea en sus recuerdos y experiencias para hallar lo más parecido a ese instante en la vida habitual de cualquier persona, esos “momentos sublimes” que se pueden alcanzar, como él mismo explica, bajo los efectos de psicotrópicos, por meditación o experiencia religiosa, o simplemente en lo cotidiano, en la lucha sin cuartel con una licuadora para encontrar la receta del zumo perfecto. Todo vale. Cualquier pensamiento no impostado merece su atención, y a veces, hasta un capítulo completo. Estamos ante un libro que disecciona la vida, los lugares comunes y los más recónditos y particulares entresijos privados de cada uno. Sin un análisis sistemático se centra en algunos y otros los deja al albur de lo que el lector quiera o pueda hacer con ellos.
Las estelas cántabras y el mundo invisible navega entre la fisiología y la historia sin sobresaltos, como a la deriva, sin siquiera señalar el cambio de dirección a través de un intermitente marítimo imaginario. Y de ahí a la antropología, y de ésta a las reflexiones personales más básicas sobre el “autoexilio”, los “americanos” o acerca de los “tertulianos” y su “reiterante repetición de banalidades sin digerir”. Como asegura el autor, copando “días y días de rumiante ortodoxia vacuna, de explicaciones razonables, grasientamente convincentes y ecológicas”. Porque si algo es Ramón, debajo de ese look de sabio, de médico respetable, de hombre de Dios y de orden, debajo de todo eso, Ramón es una persona heterodoxa, con la grandeza de quienes se saben a la vez coherentes y contradictorios, como aquel que hace de su vida un bello puzzle al que sin embargo le faltan y le sobran algunas piezas, que por sí mismas, en ausencia de un lugar concreto en el que encajar, no desmerecen en nada la armonía del conjunto. Como le ocurre a su libro.
Nos hallamos ante una novela con espléndidas descripciones y un lenguaje, a menudo un tanto arcaizante. No se trata de un texto fácil para lectores noveles o amantes de los best sellers. No encontrará el que se adentre en sus páginas una trama fluida; ni personajes maniqueos, unos muy buenos y otros muy malos. No hallará diálogos brillantes ni giros inesperados. Ni tiroteos ni persecuciones ni situaciones hilarantes. Se encontrará con otra cosa, con algo más parecido a la vida misma, en la que los personajes no están completos. Muy al contrario, parecen como desenfocados, y tan sólo logramos percibir de ellos una sombra o los trazos de un esbozo. Pero, ¿es que acaso no somos todos apenas una silueta desdibujada a ojos de los demás si verdaderamente se nos analizase con todos los criterios que utilizamos para juzgarnos a nosotros mismos? Y es que otra de las características de este texto es que el autor no juzga, se limita a exponer y describir hechos y pensamientos dejando que el lector saque sus propias y privadas conclusiones. Todas ellas válidas, todas ellas plausibles en un momento y un lugar concreto, ya sea el que se expone en la novela o el que se imagine quién se haya sumergido en el mundo estalar de Ramón.
Y para quien guste de conocimientos enciclopédicos, también hay sitio para la erudición. Ya sea histórica recorriendo el pasado cántabro, o linguística y simbólica, repasando los alfabetos conocidos, desde los ideogramas a la escritura silábica. Porque el autor ha tratado de recoger en este cajón de sastre todas sus preocupaciones e inquietudes, yo creo que con acierto. Al fin y al cabo, las gigantes estelas cántabras siguen siendo un fenómeno al que le faltan muchas explicaciones. Ramón da la suya. Os emplazo a que la conozcáis y tal vez, a que elaboréis vuestra propia teoría, no sólo sobre los grandes discos petreos, sino sobre la vida misma, sobre lo que permanece y lo que, de uno u otro modo, se irá evaporando con el paso del tiempo no sin dejar huella. Como lo define Ramón: “las situaciones en las que el alma se queda en suspenso, fascinada ante la presencia de algo que transcurre y que ya era vagamente presentido”. Las “situaciones sublimes”.