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O
pinión
del hedor a petróleo que salía del interior.
Productos derivados del petróleo hechos
a mano y con aspecto de zapatos. Con las
panaderías “de apellido” y las “boutiques del
pan” españolas me ha ocurrido lo mismo.
Todo, se supone, hecho artesanalmente,
desde la recolección del grano a la fusión
casi mística entre la sal del sudor de la mano
del maestro panadero y la masa madre, el
secreto perdido de los hornos de antaño que
ahora rescata la brigada de la autenticidad
panera. Pero entro a alguna de esas refina-
das expendedurías donde se amontonan
clases de panes de muchas zonas y países
en una especie de “grandes éxitos” de este
alimento, y resulta que no huele a nada. No
huele a pan. Huele más bien como a tienda
de móviles de última generación. El pan es
puramente imaginario.
Esta iniciativa de los hábiles emprende-
dores en ciudades como Murcia no supone
una gran pérdida, porque tampoco teníamos
mucho que perder. Aquí no se producirá una
verdadera “guerra del pan”, fuera de lo es-
trictamente económico de que unos ganen
para que otros pierdan. El pan, si no en la
región al menos en la capital, se perdió hace
ya muchos años. Lo tuvimos pero se perdió.
No tiene pinta de recuperarse, por la propia
sociología del lugar. Todo el mundo seguro
que cree conocer algún lugar más o menos
recoleto en la capital de la Región donde aún
hay pan “como el de antes”, pero es una vana
ilusión. Ya no lo hay ni siquiera en ese lugar
recoleto que cree saber usted, ni, según to-
dos los indicios, habrá. Considerando la psi-
cología murcianesca más nuestra, da igual
una cosa que la otra, o que la de más allá. En
Murcia esas boutiques del pan, por dudosas
que sean, en el peor de los casos dejarán
todo como estaba. Por contra, en algunos
pueblos del interior y no digamos en ciertas
zonas del norte de España, donde sí ha se-
guido existiendo un “continuum” histórico del
auténtico pan, que lleguen las “especies in-
vasoras” del pan regalado o la apariencia de
pan supondrá un desastre medioambiental
sin precedentes en los barrios. En León, por
ejemplo, algunos colectivos concienciados
con amor por las cosas básicas de la tierra
y que no quieren renunciar a la más autén-
tica herencia de sus antepasados están dis-
puestos a plantar batalla. Ciertos avispados
lo tendrán allí más crudo que, por ejemplo,
en el Levante español. De momento ya están
investigando a estas supuestas “boutiques
artesanas”, para que la opinión pública sepa
que, si compra mierda, al menos que sea
una mierda publicitada, transparente y del
todo garantizada.
E
s cierto que pocas veces la naturaleza agracia a la mujer con-
cediéndole el don de la belleza, el de la inteligencia, y el de la
simpatía o don de gentes a la vez. Suele haber mujeres guapas,
guapísimas, que hablan y la cagan; otras, por el contrario, suelen ser más
normalitas, más de a pie, pero con una inteligencia y una mente perfec-
tamente amueblada; otras son feas a rabiar, pero con una simpatía y una
gracia que le proporcionan la suerte que la guapa envidia (recuérdese a
Camilla Parker). Pero también es cierto que la caprichosa naturaleza dota
a otro cuarto grupo de mujeres con las bendiciones de la hermosura, la
inteligencia, y la simpatía.Y aquí viene el problema: como la sociedad en
que nos movemos -cuadriculada y estrecha de mente- tiene una esqui-
zofrenia total entre los citados dones, no es capaz de asimilar que una
mujer hermosa, hermosísima, tenga, también, una inteligencia precisa y
brillante, y, además, sea agradable y simpática. Y cuando una de estas
mujeres ocupa un puesto importante, cuando venciendo (casi siempre) un
montón de obstáculos y zancadillas consigue llegar a triunfar, los enanos
y enanas mentales, esos a los que el que más alto vuela más pequeño le
parece, porque él o ella son incapaces de volar, esos, retorcidos, envidio-
sos, granos de culo y sabañones enrojecidos por su propia incapacidad,
esos, no sienten ningún pudor en colgar etiquetas sobre la espalda de
tan admirables mujeres.Ya saben: que si niña mona, que si mucho culo o
muchas tetas (depende); cualquier comentario a la inteligencia, por su-
puesto, se omite siempre, es más, si se ha de hacer mención a dicha cua-
lidad, demostrada, tal vez, por una forma irreductible de defender algo, se
“precisa” que la niña mona, encima, es una cabezota, terca, o no se ha
“enterado” del tema. Pero lo que no falla nunca, la etiqueta que siempre
llevan en el bolsillo dispuestos a colgarle a una mujer que sea guapa,
lista, y derroche diplomacia, simpatía y dulzura, es la manida “calientabra-
guetas”. Claro, que tengo una amiga que eso no le preocupa, dice que el
problema lo tienen aquellos que se les “calienta” con demasiada facilidad
-por si sirve, yo les recomendaría un extintor de bolsillo-.
Si las mujeres ya lo tenemos difícil para conseguir subir unos peldaños,
la sociedad todavía nos lo pone más difícil. Porque, no nos engañemos,
un hombre mediocre puede estar en cualquier alto puesto, e incluso, lle-
gar a triunfar, pero para que una mujer acceda a un puesto de responsa-
bilidad, no solamente tiene que demostrar que vale para ello y ya está,
sino que cada día ha de seguir revalidando su puesto. Últimamente nos
invaden los tratados de las buenas maneras, nos bombardean estudios
psicológicos de cómo dejar aflorar el niño que todos llevamos dentro, nos
llueven manuales de cómo conquistar el corazón de los demás con sim-
patía y dulzura. Pero cuando un hombre pretende llevarlo a la practica el
sector “enano” chato, obtuso de la sociedad se le echa encima tachándolo
de donjuan, pulpo, o soplagaitas. Cuando es una mujer quien va con la
franqueza, la amabilidad o la dulzura, se convierte en una diana con un
centro como la “Redonda” donde una serie de capullos pueden hacer
blanco.
“La única solución -me decía una hermosa mujer- es que me haga una
operación de cirugía desestética y me coloqué la boca de Celia Cruz,
la nariz de Rosi de Palma, los ojos de Trueba, las orejas de Carlos de
Inglaterra y el cuerpo de alguna matrona de Rubens, tal vez así podría
convencer a los que me rodean de que soy una mujer competente para
mi trabajo”. Hay cantidad de mujeres inteligentes que siendo atractivas se
esfuerzan en esconder sus encantos tras unos ropajes anodinos. Se es-
fuerzan en ir de feas por la vida, como si eso les concediese el certificado
de “inteligentes”. Yo estoy por formar una especie de asociación o club de
la mujer “perfesta”, por aquello de que la unión hace la fuerza. Mientras
me decido les cuento lo que le pasó a un amigo mío que se encontró una
“lámpara maravillosa”, el genio le concedió tres deseos y él pidió en las
tres ocasiones ser inteligente, el más inteligente pero antes de concedér-
selo por tercera vez el genio le avisó: “Mira, quédate como estás, porque
si te concedo más inteligencia, te dolerá la barriga, tendrás la regla .... “
¿ Me siguen?
EL CUARTO GRUPO
CICUTA CON ALMÍBAR
Ana María Tomás