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C
ultura
QUISIERA CANTAR Y CANTO
Quisiera cantar y canto
a esa mujer todo dulzura,
fruta del árbol fragante
de inigualable hermosura.
Mujer de composición lírica
llena de candor y vida
que sabe a miel de romero de día,
y de noche a brisa de algas marinas.
Quiero cantar y canto
y busco anidar en su pelo blanco,
correr un tupido velo
a esa gran señora con encanto.
Son cincuenta, son sesenta...
¿Qué más da?
Siempre será atrayente y misteriosa
la gloriosa mujer madura.
Antonio Leonardo Cantón
Miembro de la Asociación de
Poetas y Escritores del Real Casino
de Murcia.
El Rincón
del Poeta
Las letras en la Catedral
ENCLAVES LITERARIOS DE MURCIA
Por Santiago Delgado
E
ntrando por la Puerta de las Cadenas, en
la misma Plaza de la Cruz, tras pasar por
delante del San Cristo balón del crucero,
torcemos, ya en la nave del Evangelio, a nuestra de-
recha. Allí, en las capillas correspondientes, se en-
cuentran los restos de cuatro escritores clásicos de
la Literatura Española: Diego Rodríguez de Almela,
José Selgas y Carrasco y el más universal de todos:
Don Diego Saavedra y Fajardo.
Tienen las lápidas respectivas,
por lo que no es difícil visualizar-
los. Además de los de Alfonso X
el Sabio.
Diego Rodríquez de Almela
fue canónigo de la Catedral en
tiempos de los Reyes Católicos.
Además de escribir las Batallas
Campales, una descripción bé-
lica que abre género en la Lite-
ratura española. Por demás, de
cuando su servicio a la Iglesia en
Burgos, poseía, dicen, la espada
Tizona del mismo Cid Campea-
dor. Y, cuentan crónicas, hasta
Santa Fe que marchó a ofrecer-
le a Sus Majestades el invecible
acero del de Vivar.
José Selgas, fue escritor post-
rromántico, que, aunque escribió
alguna que otra sosería, es el
autor de un poema impagable:
La Cuna Vacía.
Inolvidable poema que más de una generación
aprendió de memoria. Un busto suyo se encuentra
en el Jardín de Floridablanca, enclave literario que
trataremos en su día.
La desventura de los restos de Don Diego Sa-
avedra y Fajardo es notoria. Murió en el convento
agustino, en Madrid, que luego fuera, y sigue sien-
do hoy, Biblioteca Nacional. La avidez napoleónica
de las hordas invasoras de 1808 profanó la tumba,
esperando tesoros que no había. Tras Waterloo, la
piadosa mano del lorquino Musso y Valiente logró
que volvieran lo que convencionalmente se tomó
por sus restos, a la capilla murciana de la Catedral.
Saavedra lanzó, junto con Gracián, el ensayo en
idioma español a la alturas don-
de luego Feijoo y los ilustrados
brillo le dieron.
Y cómo olvidar que en el Altar
Mayor, en el Evangelio, se hallan
los restos del primer clásico en
español (Berceo lo es en caste-
llano aún): los del Rey Don Alfon-
so X el Sabio. Sus entrañas y su
corazón allí descansan hasta el
Día del Juicio. Alfonso fue el pri-
mero en universalizar el idioma
de todos. Y a los murcianos nos
regala la impagable Cantiga 169
(Escorial), sobre la Virgen de la
Arrixaca, seguramente escrita
por él mismo, o con su testimo-
nio directo. Siempre pensó que
Santa María hizo el milagro para
su exclusiva gloria.
Pero aún hay más, en la facha-
da, tercera de las que conoció
nuestra Catedral, se encuentran
dos clásicos universales: Santo Tomás de Aquino,
filósofo y poeta, además de músico. Y Santa Teresa
de Jesús, la andariega fundadora, que tan acerta-
damente supiera unir cotidianidad y universalidad
en sus escritos.
Verdaderamente, tenemos una Catedral que tam-
bién lo es en Literatura.
Fotografía: Ana Bernal.
La Cuna Vacía…
Bajaron los ángeles,
besaron su rostro,
y cantando a su oído, dijeron:
“Vente con nosotros.”
Vio el niño a los ángeles,
de su cuna en torno,
y agitando los brazos, les dijo:
“Me voy con vosotros.”
Batieron los ángeles
sus alas de oro,
suspendieron al niño en sus
brazos,
y se fueron todos.
De la aurora pálida
la luz fugitiva,
alumbró a la mañana siguiente
la cuna vacía.